(Este cuento participa en la propuesta de Esta noche te cuento, sobre viajeros y viajantes)
Marta entrechocaba las palabras hasta que salían oliendo
a chicle de fresa. De vez en cuando una pompa rosa explotaba junto a un: «¿y si
robamos un banco?», «¿y si después nos vamos lejos?». Juancho asentía,
condescendiente, mientras pensaba que vaya locuras se le ocurrían.
«Si no hubiese estado tan colado por ella ahora todo
sería diferente», rememoró mientras deslizaba la mopa por los pasillos. Al
principio fueron pequeños hurtos en el pueblo. Ya en la capital se atrevieron
con una joyería. La huida los llevó a Francia y desde ahí fue un no parar: una
sucursal bancaria en Nancy, otra en Bruselas… Se sentían invencibles, demasiado
confiados. En Suiza subestimaron el tiempo de respuesta de la policía y
tuvieron que escapar a toda prisa por la azotea. Marta calculó mal el salto y a
él lo encerraron allí.
Un enfermero se acercó e introdujo dos pastillas en su
boca entreabierta.
Arrastrando torpemente la mopa, Juancho se afanaba en
continuar inventándose recuerdos: Eugenia y él sobre el rompeolas, después de
trepar entre resbalones y risas las piedras. Ella señalando hacia el puerto con
una repentina idea enardeciendo su voz: «¿Y si birlamos aquel velero y nos
echamos a navegar?».