viernes, 19 de enero de 2018

1890

Las señoritas Mc Morrison caminaban a paso ligero por la acera casi desierta cuando un fotógrafo se cruzó en su camino. Olivia le dirigió una breve mirada a la cámara. No imaginaba que su rostro amargado e inquisidor quedaría eternamente encerrado en las dos dimensiones de un papel. Tampoco podía suponer que su hermana Victoria planeaba guardar la fotografía, junto a la de su hermano el cura y la de sus severos padres, dentro de un brillante camafeo, con la intención de que pendiera oscilante entre sus pechos mientras se balanceaba desnuda sobre su amante. 




Este microrrelato participa en la propuesta de 
Fotografía de Carl Størmer


martes, 16 de enero de 2018

Terror ciego

(Este texto participa en Esta noche te cuentoinspirado en esta foto de Thomas Hoepker)

El que está sentado a mi derecha lleva tiempo mirándome. Lo sé porque me arde la mejilla y me palpita la oreja. Los cuchicheos de la gente indican que llama mucho la atención. Antes, cuando me acerqué a la barra para pedir este imbebible café pastoso, me choqué con él. Me extrañó el tejido áspero y acartonado de sus ropas, que desprendían ese olor a alcanfor tan característico de lo largamente guardado. Quizás lleva puesto un traje antiguo, o uno de esos atuendos estrafalarios que usan en la ópera. O tal vez un disfraz, como el que guardaba el tío Bill en el arcón de la buhardilla desde su época de clown, y que el bellaco de Jimmy se ponía las noches que me quedaba a dormir en su casa. Sabía de mi terror por los payasos. Recuerdo la última vez que lo vi: la tela larga de rombos, los volantes almidonados del cuello y ese sombrerito ridículo que le caía sobre la cara blanqueada, que ya no era la de mi primo, sino una máscara con las cuencas vacías, que venía hacia mí exigiendo llenarlas. 
Mientras remuevo el café, me siento observado por mis propios ojos.