El reloj me mira impaciente. Es tarde ya y todavía no
regresas. Me sirvo una copa bien cargada pero nunca la llego a tomar. El
teléfono suena.
Hubiese preferido la duda, la espera interminable hasta
la madrugada, el odio en tus ojos cuando
te castigo con un mes sin salir.
Lanzo la copa contra la pared.
La vida hecha añicos.
Perfectamente expresada la angustia de la espera que este vez, al parecer, terminó en tragedia.He sentido esa angustia a menudo cuando mis hijos eran adolescentes.
ResponderEliminarUn abrazo.
Una angustia que seguramente también pasaré cuando mi pequeño llegue a la adolescencia.
EliminarGracias por la visita, Joaquín.
Un saludo.
Se masca la tensión. Me gustó mucho.
ResponderEliminarUna situación que nadie quiere pasar...
EliminarUn abrazo, Miguel Ángel.