Entre finos hilos de piel
mortecina, desmadejada por el tiempo, atrapé una araña. Y allí se quedó adherida,
junto a los demás insectos que se atrevieron a entrar en mi ataúd, aguardando a
servirme de alimento.
Este texto participa en los Viernes creativos,
de Escribe fino, el blog de Fernando Vicente.