Ella yacía entre las ramas y juncos que taponaban la acequia, ahogada en un palmo de agua. La autopsia confirmaría después que el fuerte culatazo en la cabeza sólo la dejó inconsciente, pero que tuvo la mala fortuna de caer boca abajo. ¡Cuántas veces le advertí de los peligros de investigar al alcalde Richards, de que seguramente aquel depravado cubriría sus deslices con el favor de jueces y agentes de la ley ávidos de dinero!
Pronto hallarían el cuerpo hinchado y magullado de Lucy y llamarían a la policía. Entonces aparecería yo en mi coche patrulla. Solo. Y reconocería, con rostro afligido, el cadáver de mi compañera.
Este texto ha sido uno de los 150 seleccionados para el libro