Abro
los ojos para comprobar que me hallo al borde de un barranco. Mis pies
descalzos amagan un resbalón que no culmina y me despierto tumbado en la
cornisa de un edificio. Desde allí es tan fácil rodar hacia abajo, solo hay que
girar el cuerpo un poquito hacia la izquierda. Sin embargo, el vértigo de la
caída se me ahoga inconcluso en la garganta y esta vez me despierto enganchado
en lo alto de un pino. Un crujido me avisa de que la rama no aguantará por más
tiempo mi peso. Pataleo en el aire antes de despertar arropado en mi cama.
Suspiro. Una nueva jornada comienza. Como cada amanecer, el reloj se remueve
alarmado en la mesilla. Me incorporo de un salto pero nunca llego a tocar el
suelo, que se abre a mis pies. Despierto asido con las uñas a la abrupta pared
de aquel socavón interminable.
Este microrrelato ha surgido durante el
Microtaller de Literatura de Terror que estoy haciendo en
Este micro es un no para, afortunadamente hay un punto final, gracias por incluirlo porque...
ResponderEliminarEn cualquier cosa, lo siento por el prota, le has dejado en suspenso
Sí, es verdad que lleva un ritmo trepidante el pobre, en su caída interminable...
EliminarUna pesadilla que no acaba.
Un abrazo, Luisa.
La eterna caída del desasosiego...
ResponderEliminarBesos
En algún momento debería de frenar su descenso. O por un arranque de fuerza interior, o por la ayuda de una mano amiga.
EliminarUn saludo, David.
Realidad y fantasía se dan la mano. Enhorabuena, Sara. Beso.
ResponderEliminarBea C.E
Realidad y fantasía, inseparables las dos.
EliminarUna alegría verte de nuevo, Beatriz. Y en muy buena forma, no hay más que leerte en tu blog :-)
Un abrazo.
Muy bueno, me gustó mucho. Gran final abierto.
ResponderEliminar¡Saludos!
Un bucle terrorífico realmente. Cuando parece que ha acabado, vuelve la rueda. Me gustó.
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