Ven querida, acércate, quiero tocarte. ¡Qué cutis tan suave! ¡Qué rasgos tan armoniosos! Siéntate aquí en el sofá. Cuéntame tus periplos en el bosque. ¿Has visto un dócil animal a la sombra del camino? ¿Has oído, tal vez, sus tímidos aullidos de advertencia? No temas. Mis manos están tan agarrotadas como mi voz. Mis ojos, tan turbios como mis reflejos. Y mis mandíbulas, tan débiles como los dientes que ya no tengo. Soy el lobo dentro de tu abuelita. Ella yerra por el monte, desperdiciando mi cuerpo.
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