Es esa hora en que todo se cubre de un manto tan negro
que tu luz se convierte en un punto, y parece una estrella vista a lo lejos.
Hay un silencio vasto retumbando en tu oído. Un instante feroz: la nada reivindicándose.
Cuando por fin el sueño te envuelve, una sombra maliciosa franquea la ventana
que dejaste abierta, recorre como un torbellino la habitación y antes de irse,
te toca. Una risa ya lejana te despierta. Abres los ojos, que son los del gato,
y gritas, maldiciendo tu suerte. Desde el alféizar contemplas el que fuera tu
cuerpo acurrucado en la cama. La imagen
desgarradora de un humano desnudo arañando las sábanas y emitiendo agudos
maullidos.