Ella
reía tapándose con la mano la boca, recelosa de que a él pudiera no gustarle su
dentadura irregular. El pelo largo y ondeado le cubría los costados de la cara,
y así intentaba disimular sus incipientes patas de gallo y los lóbulos de las
orejas que se le habían estirado por llevar pendientes de gran tamaño.
Él
contaba chistes manidos, paliando con sentido del humor su incapacidad para
sacar un tema de conversación interesante. Con sus manos nerviosas alternaba
entre rascarse el bigote y elevar las
gafas que se le resbalaban del puente de la nariz.
Antes
del final de la velada la mayoría de los espectadores había cambiado de canal o apagado el televisor.
Solo algunos resistentes al tedio decidieron que aquella pareja merecía
conocerse a fondo y, tal vez, darse una oportunidad.