La alfombra temblaba ante cada nueva sacudida. Temía a las alturas, suspendida sobre la barandilla del balcón. Los golpes le hacían llorar lágrimas de polvo y pelos que irritaban a su dueña. Con cada nuevo espasmo ambas se aproximaban más al vacío. Fue en el último estornudo cuando la alergia se cobró su víctima.
Cuando lo leí por primera vez, me encantó. Me solidaricé con esas alfombras maltratadas en los balcones y me reí un buen rato. De aquella tenías que haber ganado, pero creo que como ya lo hiciste no te dejaban repetir. Chorradas al fin y al cabo.
ResponderEliminarEn ese concurso gané mucho más que unos Cds; gané unos amigos estupendos a los que aprecio un montón.
ResponderEliminarAh! Mañana empiezo con la sección "Amigos cuentistas" con tu micro.
Un abrazo, Cormorán.
El artista genial coge dos palabras y lo convierte en un todo. La alfombra es el único animal doméstico del que no se sabe que nunca nadie se haya molestado en domesticar con cariño y , menos aún,de enseñarle a superar el vértigo.
ResponderEliminar¿Quién cayó la alfombra o la dueña? :-)
ResponderEliminarMuy bueno, Sara.
Un beso.
Entre el vértigo de la alfombra y el polvo que sale volando, creo que es preferible el método moderno: el aspirador. Aunque los "traumas" que este le genere son tema para otro micro : )
ResponderEliminarUn saludo, Amigo mortal.
Es un final con muchas posibilidades, MJ. Habrá que preguntarle a la alergia, ya que ella fue la culpable...
Un beso.
Muy bueno, Sara, ese final ambiguo: una genialidad.
ResponderEliminarGracias, Patricia.
ResponderEliminarUn abrazo.
Es genial Sara, como tengo alergia, a partir de ahora tendré más cuidado con acercarme a las alfombras.
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