Su reflejo en las diáfanas aguas del pozo era tan turbio como la última vez que buscó hallarse a sí mismo. Nada había cambiado. Sus pecados seguían ensuciando su imagen. Y eso que en los ojos de los demás ya no se veía como un ser deleznable. Tal vez porque los había exterminado a todos.
No hay ojo más crítico que el tuyo propio, al final no puedes engañarle.
ResponderEliminarLos dictadores siempre acaban con los demás no quieren ver sus miserias reflejadas en ningún lugar.
ResponderEliminarBuena imagen, Sara
Besos.
Un ser despótico y miserable con el alma podrida.
ResponderEliminarGrande, Sara.
Besos.
Y lo has hecho nuevamente, Sara: otro texto magnífico.
ResponderEliminarBesos admirados
Hola, Sergio. Bienvenido.
ResponderEliminarEs verdad, no podemos engañarnos a nosotros mismos.
Un saludo.
Gracias, Elysa. Cuando por fin los dictadores ven sus propias miserias, ya es tarde para muchos.
Lamentablemente, MJ, todavía quedan muchos como éste.
Un beso.
Gracias, Patricia. Más besos para ti.
Creo que adaptarse a la maldad es fácil. Perder los remordimientos sencillo. Creer que lo malo es lo natural, casi nos sale sin pensar. Pero, afortunadamente, siempre habrá alguien (quizás nuestro reflejo) que nos diga lo que realmente somos y hacemos. Ese reflejo nunca será exterminado.
ResponderEliminarUn besote Sara
Por éso no debemos permitir que crezcan éstos montruos.
ResponderEliminarJa ja ja.
ResponderEliminarQuice decir monstruos.
Quise.
ResponderEliminarMi ortógrafo interior me pilló tarde.