Abre su gabardina mostrándome su
desnudez, que apenas veo con los ojos tapados por mis manos temblorosas. Sin
embargo, no puedo despegar mi cara de la ventanilla, que empieza a moverse con
el tren. Lo observo ya lejano y él sigue estático en el andén, descubriéndose a
mí sin pudor mientras pasa la gente a su lado, sin verlo.
El exhibicionista fantasma. ¡Qué original! Hay algunos que no cambian ni muertos.
ResponderEliminarJaja. Siempre que haya alguien que los mire, allí estarán.
EliminarUn saludo, Lorenzo.
Es que ya estamos hechos a ver de todo.
ResponderEliminarEs verdad, ya nada nos escandaliza.
EliminarUn abrazo, Miguelángel.
Muy bueno!
ResponderEliminar¡Gracias, Leonardo!
EliminarUn microrrelato redondo pero con una puerta abierta a la imaginación...¿Imagen real o inventada?
ResponderEliminarImagen real, para el personaje del cuento :-)
EliminarUn abrazo, Marinela.
Buenísimo, Sara, con un final que te deja elucubrando posibles salidas (me pasó como a Marinela...).
ResponderEliminar¡Saludos!
¿Está todo en la mente del protagonista o el exhibicionista es real, pero nadie excepto él lo ve? Y seguro hay más posibilidades todavía, más fantásticas :-)
EliminarUn abrazo, Juan.
Quizá es un recuerdo que no puede borrar, por eso sólo ella lo ve. En cualquier caso intrigante.
ResponderEliminarUn abrazo.
El micro tiene la ambigüedad justa para que el lector quede en la disyuntiva: ¿la gente no ve al exhibicionista simplemente porque no quiere verlo o porque el exhibicionista es un fantasma que se deja ver sólo a aquellos que escoge, como la niña que va en el tren? Si es así, lo más probable es que el tipo haya muerto arrollado por el tren y sea un alma en pena, trancada allí en su exhibicionismo inconcluso. Muy bueno, Sara, me gustó.
ResponderEliminarCariños, Mariángeles