Una parte de su cara es de plata fina y aterciopelada, como la oscura pátina que recubre la transparencia del cristal. La otra mitad de su rostro, clara y cristalina, es dónde tú te miras. La reina del espejo te atrapa, devolviendo solo tu imagen reflejada. Así te conviertes en su súbdito para siempre.
Son inquietantes los espejos.
ResponderEliminarBesos, Sara
Somos súbditos de los espejos. Solo ellos nos saben entender a la perfección, solo ellos nos saben perdonar sin reproches, y siempre están ahí cuando queramos y los necesitemos. Y a pesar de creer dominarlos, son ellos quienes nos dominan y de quienes dependemos.
ResponderEliminarEs verdad, Torcuato, que los espejos inquietan, y por ello es un tema imposible de obviar en los relatos. Un saludo.
ResponderEliminarCormorán, con textos como el de tu comentario, mi relato se queda pequeño! Gracias por aportar tanto. Un saludo.
Gracias Sara, pero eres tu quien me ha sacado esas palabras, quien me ha hecho recordar las múltiples veces que frente al espejo he buscado cobijo, entendimiento, perdón... sabiendo que nadie más me lo daría.
ResponderEliminarCuántas verdades reflejan los espejos...a veces aliados y a veces enemigos...
ResponderEliminarGenial como siempre, Sara.
Me encantan tus dibujos!
Hola, Sara:
ResponderEliminarEncontré tu blog por medio de un comentario que dejaste en el blog de Alberto Flecha. Incluyo un enlace en mi blog (donde hay una lista bastante nutridas de blog especializados en microliteratura) para poder llegar a leerte.
Un cordial saludo,
PABLO GONZ
Gracias, Pablo. Aprecio mucho que hayas puesto un enlace en tu blog. Por cierto, me encanta como escribes, llevo unas semanas entrando en tu blog para leerte. También yo te he incluído en mi lista de blogs.
ResponderEliminarUn saludo.
Ingrid, gracias por tu comentario.
Un beso.