Este microrrelato ha sido publicado hoy en La Esfera Cultural.
Era un laberinto de muros altos y macizos, creados para que solo se pudiese mirar hacia atrás o hacia adelante. No había recovecos oscuros ni puertas encubiertas; no había mayores enigmas, ni tramas ni enredos. Era un simple deambular girando en las esquinas, eligiendo al azar los caminos que se bifurcan, recostando la espalda en las duras paredes como fría tregua. No había minotauros ni monstruos; era el afán de llegar al final del camino lo que apremiaba al viajero. Aunque, seguramente, otro peregrino podía preferir quedarse estudiando las grietas dibujadas en el muro por el paso del tiempo. O, tal vez, sencillamente mirar hacia arriba y observar que el cielo era el techo y las paredes del laberinto, los límites que nos creamos viviendo.
Sólo hay una manera de salir del laberinto: no querer escapar de él.
ResponderEliminarSólo hay una manera de volver a entrar en el laberinto: No regresar nunca...
Es verdad, Amigo mortal. De tanto buscar una salida nos perdemos; es ahí cuando creamos el laberinto. En realidad es todo más sencillo: el cielo arriba, la tierra a nuestros pies y toda una vida por vivir.
ResponderEliminarUn abrazo.
Enhorabuena Sara por la publicación y también por ese dibujo en forma de palabras de un laberinto, es precioso. Ah y la ilustración otra vez de diez.
ResponderEliminarUn abrazo, Artista.
Enhorabuena, Sara, texto e ilustración van de la mano en maestría.
ResponderEliminarBesos
Me encanta tu dibujo.Es el que entiendo más de los tuyos (llámame torpe). El relato, como siempre,una belleza.Un abrazo
ResponderEliminarBueno, muy bueno. Además, tu laberinto me da envidia: en el mío sí hay monstruos (minotauros todavía no).
ResponderEliminarHola, Nicolás. Es interesante que hayas visto el texto como un dibujo con palabras. Y que te guste mi modesta ilustración :) Un saludo.
ResponderEliminarGracias Elysa. Besos.
Hola Albada, qué alegría verte por aquí. Esta ilustración no es nada complicada :) Incluso es fácil salir de este laberinto, porque, como la vida, tiene muchas salidas. Un abrazo.
Hola, José Antonio. Es verdad que en mi laberinto no hay monstruos, salvo yo misma cuando me atosigo para conseguir algo. Saludos.
Hola Sara
ResponderEliminarEs una maravilla.
Un saludo
Hola Cormorán. Es una maravilla tenerte siempre por aquí. Un abrazo.
ResponderEliminarEse laberinto bien representaría un cerebro humano cualquiera, con todos sus miedos y todo ese potencial que nos dá tanto miedo mostrar. Gracias Sara, por aportar tanto, por desvelarnos esos caminos alternativos que siempre existen.
ResponderEliminarUn beso.
Como dices, Veintiuno, nuestro cerebro es el mayor laberinto.
ResponderEliminarY sois vosotros los que me aportáis, día a día, la alegría de caminar acompañada de amigos.
Un abrazo.
Había anochecido en el laberinto.
ResponderEliminarDurante muchos años aquel muchacho tuvo una misión que cumplir pero nunca hubo rastro del animal en aquella maraña de pasillos.
Sobre la arena, sólo estaban marcadas sus huellas, las huellas de unos pasos cada vez más cortos.
En alguna ocasión creyó ver a la bestia con su traje de piel negra y la cabeza de toro, pero la espada siempre atravesó su sombra.
Cuando lo encontré, él estaba exhausto. No se parecía al joven que se despidió de su amada tanto tiempo atrás.
Yo no tuve valor para decirle: tu nombre no es Teseo y estás a punto de morir.
Hola Anibal.
ResponderEliminarGracias por tu visita y por compartir aquí este estupendo relato.
Un saludo.