Zang tomó con cuidado una de
las agujas de acupuntura de su padre y se la clavó a su globo azul, que llevaba
días desinflándose poco a poco.
—¿Deseabas curarlo? —le
preguntó su padre con ternura.
—Quería que dejara de sufrir
—respondió el pequeño Zang.
Tiene mucha lógica. No hay nada más triste, que un globo que ya no lo es y cada día lova siendo un poco menos.
ResponderEliminarTriste, sí. Y los niños que lo sienten todo con tanta intensidad...
EliminarUn abrazo, Luisa.
Muy bueno, Sara. Dramático y triste, con un gran final.
ResponderEliminarSaludos.
Gracias, Juan. Me alegra mucho tu visita.
EliminarUn abrazo.
Contundente. Ese niño da miedo.
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