Un día intentó desterrarlos. Los echó a patadas de su vida pero solo consiguió que volviesen con más fuerza. Con un palo los golpeó hasta desfallecer; se marcharon arrastrándose y regresaron erguidos a su puerta. Probó con todo lo que tenía en casa: atizador y taladro, matamoscas y abrelatas. Incluso azuzó a su caniche experto en ladridos agudos. Nada. Ellos permanecían a su lado, inmunes a cualquier intento de ahuyentarlos. Resignado a vivir con ellos para siempre, decidió ignorarlos. Y los miedos, al fin, lo dejaron en paz.
Uff! Buen texto, al principio me asusté un poco pero el final es genial y te deja un buen sabor de boca.
ResponderEliminarUn saludo. Iria L.
Gracias Iria. Sacamos toda nuestra artillería para erradicar los miedos, pero se hacen más fuertes si les prestamos atención. Al final lo mejor es aprender a vivir con ellos.
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