Ella se había enamorado de su instrumento. Se sentaba con él entre las piernas y lo apretaba contra su pecho, para luego tocarlo despacio o con ávida furia. Él respondía con voz grave y melodiosa, emitiendo notas que la envolvían de placer. Los límites entre sus cuerpos desaparecían, se fundían en una única caja de resonancia.
Doscientos años después, el instrumento llegó a manos de un coleccionista solitario, atraído por la leyenda del “violonchelo con alma de mujer”.
La música, como las artes en general, son el mejor hilo conductor de nuestros sentimientos, de nosotros mismos. Tus realatos, tus ilustraciones... Son tu esencia, eres tu. El leerte y verte me acerca a ti, a sentirte próxima. El coleccioneista busca salir de su soledad en el eco de las notas que alguien tocó, en un instrumento que fue acariciado, mimado, querido. El querría ser el instrumento y esa su forma de aproximación. Los recuerdos de una foto, de un vídeo, de un olor...
ResponderEliminarGracias, Cormorán, por tus palabras, me han emocionado. Si antes me sentía feliz escribiendo y dibujando, ahora desde luego aún más, sabiendo que con ello me aproximo tanto a vosotros.
ResponderEliminarUn abrazo
¿Qué se puede agregar a lo que ha dicho Cormorán, salvo dejar constancia que pasé por aquí a por un chute de delicadeza y belleza?
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