Era un laberinto de muros altos y macizos, creados para que solo se pudiese mirar hacia atrás o hacia adelante. No había recovecos oscuros ni puertas encubiertas; no había mayores enigmas, ni tramas ni enredos. Era un simple deambular girando en las esquinas, eligiendo al azar los caminos que se bifurcan, recostando la espalda en las duras paredes como fría tregua. No había minotauros ni monstruos. Era el afán de llegar al final del camino lo que apremiaba al viajero. Aunque, seguramente, otro peregrino podía preferir quedarse estudiando las grietas dibujadas en el muro por el paso del tiempo. O, tal vez, sencillamente mirar hacia arriba y observar que el cielo era el techo y las paredes del laberinto, los límites que nos creamos viviendo.
Intentemos salir del laberinto.
ResponderEliminarBesos
La vida y la sociedad son nuestro laberinto, por el que deambulamos como autómatas guiados por sus muros y esquinas. Pocas decisiones tomamos, solo vamos y venimos según nos dicten los arquitectos de la sociedad. Solo los más afortunados paran para observar lo que a su alrededor acontece, siendo igual de víctimas pero manejando mejor su situación, siendo consciente de ello.
ResponderEliminarEl sistema es un laberinto, cuanto más te aferras a él, más te cuesta circular por los pasillos de la vida. Me gusta el mensaje de tu laberinto, Sara. Saludos.
ResponderEliminarGracias Torcuato, Cormorán y 21 por vuestros comentarios. Me alegra que hayáis captado tan bien el mensaje que quería expresar en el relato.
ResponderEliminarUn abrazo a todos.