Cae la tarde y la lluvia con ella. Le pesa más el agua de su sombrero que la oscuridad recién estrenada. Le gusta saberse irreconocible con su gabardina larga hasta las botas; su aspecto es de lo más común en ese ambiente húmedo y frío de otoño. Su fama de eminente científico se oculta fácilmente entre esas callejuelas malolientes de los suburbios. Entra al cuartucho que alquila desde que recibió el premio que cuelga, enmarcado, de la pared, y se sienta a contemplarlo. Lee con una mezcla de orgullo y de vergüenza: “Al inventor de la bomba más efectiva, capaz de destruir a toda la humanidad”.
No es de extrañar que quiera pasar desapercibido.
ResponderEliminarSu invento es macabro.
Gran micro, Sara.
Un beso.
Cuánto faltará para esto?
ResponderEliminarTerrible micro, Sara.
Un abrazo
Hay eventos que sería mejor que no nos reconocieran, pero si no queremos reconocimiento mejor no hacerlo. Así de facil. Es genial como siempre. Muy buena imaginación.
ResponderEliminarBesos Sara
Las ansias de experimentar, de conocer, de investigar hacen que no midamos tanto las consecuencias de nuestros actos. Para bien o para mal.
ResponderEliminarCuando no nos reconocemos en lo que hacemos, nos gusta ser reconocidos por los demás.
Gracias MJ, Patricia y Nuria por vuestros comentarios.
Besos.
Triste vida la de la persona que ha de esconder su gran victoria.
ResponderEliminarBlogsaludos
Muy buena frase, Adívín, que define estupendamente lo que quise plasmar en el relato.
ResponderEliminarUn saludo.
Démosle el mérito del reconocimiento de la conciencia y por qué no decirlo, del arrepentimiento. Algo tan escaso en nuestros días.
ResponderEliminarEs verdad, Cormorán. Su arrepentimiento demuestra que tiene conciencia. Un saludo.
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