Esa tarde, al salir de la oficina, Ramiro se
encontraba más abatido y tenso que de costumbre, así que decidió volver a casa
dando un paseo, callejeando despacio por el barrio viejo de la ciudad. Mientras
arrastraba con desgana los pies pensaba en todas esas ilusiones aplacadas con
los años, en aquellos anhelos antiguos que las rutinas se habían encargado de
domesticar. Como su loca obsesión por volar como los pájaros. Por eso, cuando
pasó delante del taller de tatuajes y vio unas extrañas alas tribales que
parecían llamarlo desde el escaparate, no dudó en tatuárselas en la espalda,
albergando el sueño de que en algún momento se desplegaran. Y así
sucedió. Esa misma noche la tinta negra comenzó a emerger de la piel tirante e
hinchada hasta cobrar volumen, mientras su dorso crujía y sus omóplatos se
crispaban en bruscos espasmos. Debatiéndose entre el dolor y el éxtasis corrió
hasta la hondonada para abrir sus brazos al cielo. Entonces, en un último impulso, las alas se desprendieron del
cuerpo en el que estaban atrapadas y salieron volando.
¡Buf! sin duda hay que domesticar las obsesiones porque pueden en cualquier momento desplegarse y darte un buen susto o simplemente darte la libertad que de otra manera no hubieras conseguido.
ResponderEliminarDonde empieza la locura para unos para otros comienza la cordura.
Besos alados.
Son peligrosos los sueños y las ilusiones cuando se convierten en obsesión.
EliminarUn abrazo, Gloria.
No somos dueños de nuestros sueños. Cedemos ante ellos, con la esperanza de que nos permitan vivir más allá de nuestras posibilidades. Un relato metafórico, el tuyo, sensible y conmovedor.
ResponderEliminarEs verdad que este cuento fantástico se puede leer casi enteramente en clave metafórica. Era también mi intención.
EliminarGracias Pedro por pasarte a comentar. Lo valoro mucho.
Un abrazo.
Bonita manera de construirse la libertad. Y muy bonita forma de narralrla.
ResponderEliminarBesicos muchos.
Lo ideal es ir construyendo nuestra libertad día a día y no encerrarnos para luego soñar con quimeras que nos rescaten. Pero a veces las cosas se tuercen, no salen como esperamos...
EliminarGracias por tu comentario. Un abrazo.
Me encanta ese crujir del pecho, que casi puede oírse, y la "broma" final de las alas. Buen giro, en clave negra.
ResponderEliminarAbrazos
En clave negra, como la tinta, como las alas...
EliminarGracias Susana por dejarme tu comentario.
Un abrazo.
¡Vaya! así que las alas se marcharon por su cuenta...¡snif!, yo pensaba que este hombre podría por fin culminar su sueño y navegar por el camino de sus ilusiones perdidas con ellas bien colocadas.
ResponderEliminarMe gusta el cuento Sara, y en especial a partir de que la tinta emerge de su cuerpo y cobra vida.
Gran imaginación y muy buena prosa. Un besote.
Es que las alas también querían ser libres...
EliminarGracias, Laura.
Un beso.
Qué alegría me das, Diego. He visto la versión digital, ya que la página Cuentos y más puso el vínculo. Pero es distinto leerlo en papel. Y sí, me encantaría tener la versión escaneada. Muchas gracias por el ofrecimiento.
ResponderEliminarUn abrazo.
Me encantan esas alas que quieren ser libres. Es como rizar el rizo.
ResponderEliminarEstupendo micro, Sara. Muy original.
Besotes.
¡Wow! Intenso, uno avanza en la lectura pensando que el micro se dirige hacia una idea, y nos terminás sorprendiendo (para bien...) con ese gran final.
ResponderEliminarBuenísimo.
Saludos...
Es difícil estar preparado para volar. Estupendo relato.
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