Era una tormenta perfecta. Olas gigantescas
arreciaban la embarcación, que se hundía sin remedio. El capitán se aferró al
timón con fuerza y, mirando implorante hacia las alturas, formuló un deseo. El
barco izó las velas y comenzó a volar al tiempo que un avión se estrellaba en
el agua.
Pues como el avión sea de viajeros... perdemos todos, por mucho que él gane.
ResponderEliminarSorpendente final
Así es, Rosa. Unos ganan y otros pierden.
EliminarUn abrazo.
Un deseo egoísta, como casi todos. Lo difícil es que se cumpla pero tu protagonista tiene suerte, mucha suerte.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho. Saludos
Yo me imagino que la suerte, como la magia, siempre tiene un precio...
EliminarGracias, Beatriz. Un abrazo.
Una forma muy radical de darle la vuelta a la situación.
ResponderEliminarUn final drástico, sí.
EliminarUn abrazo.
Maneras de dar la vuelta y maneras de pedir con el deseo de que se cumplan las súplicas. Dicen quie la fe mueve montañas.
ResponderEliminarBesicos muchos.
¿Sabría el capitán del precio que tendría su deseo? De todas maneras tendrá que sobrevivir con eso...
EliminarUn abrazo.
Cuánto me ha gustado Sara. Eres maga.
ResponderEliminarPrecioso.
Besos.
Gracias, Yolanda. ¡Y mucha suerte este jueves!
EliminarBesos.
Excelente.
ResponderEliminarParece el juego de un niño, pero el micro está cargado de profundidad. Del azar puede decirse sólo una cosa: que suele ser cicatero.
Un abrazo.
Juro que ayer respondí a tu comentario. Y hoy no lo veo. Bueno, decía que sí, que la suerte suele ser mezquina. Algo te da al tiempo que algo te quita.
EliminarUn abrazo, Amigo mortal.
Son magníficos tus relatos, Sara.
ResponderEliminarSiempre consiguen sorprenderme.
Un abrazo en prosa ( o dos).
Gracias, Kayla. Me alegro que te sorprendan.
EliminarUn abrazo.
Gracias, Diego.
ResponderEliminarUn saludo.
¡Qué buena mezcla de fantasía con realidad!
ResponderEliminarGenial, Sara. ¡Saludos!