La inmovilidad de sus dolientes pies remojándose en la palangana contrasta con el continuo trasegar de sus manos entre agujas, lanas y el mando del televisor. Solo un avezado observador podría captar, bajo esa supuesta mirada de contento, el tedio de su rostro mientras entreteje de rosa las telenovelas ñoñas de la tarde; o la mueca de fastidio al intentar hilar la logomaquia absurda de los programas que preceden a su cena frugal. Es cuando la abuela se acuesta sola en la cama –y se quita los dientes junto a la peluca que eterniza su peinado– el momento en que se retira la máscara que oculta la hondura de su soledad.
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Os dejo el enlace aquí.
Por allá te dejé mi admirado comentario, Sara!
ResponderEliminarSara, estupendo retrato de una anciana acuciada por la soledad, esa que tanto daño hace a ciertas edades.
ResponderEliminarMe gustó mucho.
Un abrazo.
¡Jo, Sara! ¡Qué profundo! Ahondas en el alma de la anciana con la precisión de un bisturí en manos de un experto cirujano.
ResponderEliminar¡Bravo!
Un beso.
Gracias Patricia por pasarte por aquí y por allí :-)
ResponderEliminarBesos.
Nicolás: Debe ser duro pasar los últimos años de nuestra vida en soledad.
Un beso.
MJ: Hay tantas ancianas así...
Un abrazo.
La vejez, su indignidad, sus miserias, son peor que la muerte. Me voy a La Esfera. Un beso.
ResponderEliminarQué bien reflejas esa soledad, que mitiga con la tele para no sentirla de continuo. Y es en la noche, sin tele donde esconderla, donde más grande y helada se siente la soledad. Triste y hermoso.
ResponderEliminarEXCELENTE!!!!!!!!!!!!!!!!!
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